Suele haber
dos objeciones contra la búsqueda de los orígenes:
– “Nunca podría beneficiarle saber tanto de sus
antecedentes trágicos. Si no se entera no sufre”.
– “Tenemos que pensar en la madre biológica,
hay que protegerla, para que no tenga problemas si se entera la gente de que ha
entregado a un hijo”.
Cuando se
trata de la primera objeción, podemos estar completamente seguros de que,
independientemente de lo que se sepa sobre los antecedentes, él mismo ya se ha
figurado cosas mil veces peor. Por no hablar de lo que se imaginará al darse
cuenta de que sabemos algo que no queremos contarle. Tenemos la responsabilidad
de cuidar de que lo sepa de la mejor manera posible. Eso significa que no debe
estar solo cuando se entere y que debe tener con quien hablar. También
significa que debe comprender el contenido de la información, que conviene que
no haya malentendidos y que pueda volver a hacer más preguntas después de
recibir la primera información.
En cuanto a
la segunda objeción, es decir el deseo de la madre de ser anónima, por supuesto
hay casos en los que este deseo está justificado. Pero como profesionales
debemos analizar bien nuestros argumentos y no tomar decisiones con respecto a
personas que, de hecho, son mayores de edad y que tienen derecho a decidir por
su propia cuenta. ¿Lo dijo la madre expresamente, que no querría ser contactada
nunca? ¿Qué sabemos de su situación actual? ¿Sería posible buscarla? ¿Podríamos
buscarla de una manera discreta y dejar la decisión en sus manos? En el caso de
que su hijo quisiera tener contacto con ella personalmente, ¿hay alguien que
puede seguir en contacto con la madre cuando el hijo ya haya vuelto a su
familia adoptiva y la madre quede con sus pensamientos y sentimientos después
del encuentro?