Hace 40 años– existían
varios factores que contribuyeron a que este trabajo tuviera la aceptación de
la gente. Había muy pocos niños suecos en situación de ser adoptados y, a
partir de aquí, las adopciones internacionales crecieron. La convicción de que
todas las personas tenían igual valor facilitaba la formación de familias a
través de las fronteras de las nacionalidades y razas; no se daba tanta
importancia a los lazos de sangre; la convicción de que el medio social tiene
importancia predominante en comparación con la herencia, subrayó nuestra tesis
de que la adopción es una manera natural de formar familia.
Creíamos que al ofrecer a todos los niños las
mismas vitaminas y los mismos estudios, todos serían capaces de correr 100
metros a la misma velocidad y de ser catedráticos en ciencias políticas –en el
supuesto de que lo quisieran–. Por supuesto estoy exagerando, pero más o menos
esto fue lo que pensamos. Y, naturalmente, este pensamiento nos venía muy bien
a los que nos interesábamos por las adopciones internacionales.
Independientemente de los antecedentes que llevaba consigo el niño, el amor,
nuestra asistencia médica y nuestro sistema de enseñanza le compensaría de
todas sus dificultades y privaciones. Lo único importante era la vida aquí y
ahora: los